Y... CURABA ALFERECÍA

Ignacia era su nombre y todos la llamaban Tacha, originaria de San Buenaventura, Chihuahua. Se casó muy joven con  Santos Carbajal, tuvieron ocho hijos, la menor, Juliana, mi mamá. Mi madre contrajo matrimonio con Roberto y los dos se vinieron a vivir al Distrito Federal en la colonia Clavería y después a San. Lucas Atenco donde murieron y ya se hermanan con el polvo en el panteón de San Isidro. Mi mamá contaba que mi abuelo anduvo con Pancho Villa y que murió en una emboscada.

Los revolucionarios llegaban al rancho de mi abuela, mataban tres o cuatro reses, ese día todas las mujeres de la casa preparaban la carne y las tortillas de harina para darle de comer a toda la tropa. Cuando se terminaron los granos y las reses, cocinaban patos y gallinas, hasta que el rancho quedó sin nada, seco, totalmente empobrecido y además sin hombres que trabajaran la tierra, mi abuela no se daba abasto con la siembra.

De pronto Ignacia se encontró en la miseria y con ocho hijos pequeños que mantener, fue todavía peor cuando le avisaron que su esposo había emprendido el viaje para buscar a sus antepasados. Ella montaba bien, sabía de las veredas y caminos de los alrededores, donde las víboras tenían sus nidos y bajo que piedras yacían los alacranes, era una norteña muy bragada.

La abuela quedó viuda muy joven y muy guapa, ella había prestado muchos servicios a los villistas y era muy respetada por todos, con ellos aprendió a curar, a quitar el mal de ojo, les ayudaba con los heridos, tenía buen temple para mirar tripas y los listones rojos de la sangre.                                                         

Cuando la tropa llegaba al rancho venían hombres heridos y mujeres a punto de dar a luz, así aprendió a curar y asistió a muchas mujeres en el parto, con un mínimo de elementos, las heridas las desinfectaba con agua hervida y sal, pues no había medicinas. Poco a poco fue identificando las hierbas curativas. Lavados de intestino con cocimiento de hierbabuena, para limpiar la matriz: agua con una cucharada de vinagre. A las parturientas lavados con cocimiento de romero para apretar los tejidos. Entre los muchos remedios caseros que aprendió, recuerdo: poner tomates asados en las plantas de los pies para bajar las anginas, el té de canela bien caliente para cortar el resfrío, té de borraja para la calentura, el epazote para las lombrices, comer pepitas de calabaza crudas y en ayunas para sacar la solitaria, la valeriana para los nervios y la pasiflora para el insomnio.

Se convirtió en la curandera del pueblo y resultó muy buena en esa profesión que la miseria la obligó a seguir, la gente le pagaba con un pollo, con maíz, con lo que podía y algunas veces no le podían pagar, pero algo era mejor que nada. La situación fue mejorando, las monedas aliviaron su precaria situación, de esa forma logró sacar adelante a sus ocho hijos.

Doña Tacha montada en su caballo iba y venía de un rancho a otro, ora atendía a una parturienta, ya le sacaba el espanto a un niño con friegas de alcohol o haciéndolo sudar dándole a tomar un té caliente, ora curaba de empacho al bebé sobándole la pancita con tibia grasa de res, para el cólico de la señorita tenía una infusión de orégano.

Un día iba a atender un parto, ya era mayor, la juventud iba quedando atrás, el arrojo y la fortaleza también, ahora iba en una carreta jalada por un caballo, era tiempo de lluvias, el arroyo llevaba muy poca agua, atravesarlo  no representaba ningún riesgo, pero al pasar se vino una creciente y por poco la  arrastra con todo y carreta, todavía fue a atender a su paciente, pero el susto que llevó fue tan grande que desde ese día ya no fue buena. Gracias a sus remedios sobrevivió veinte años más, murió del corazón, ella decía que el susto se lo dañó, la verdad es que se cansó de latir tan apresuradamente, pues doña Tacha no tenía ni un minuto de descanso. Cuando yo la conocí ya era una ancianita de blancas trenzas, muy serena esperando la muerte. Decía: “Mi misión en esta vida está cumplida”.

El día de su entierro mucha gente la fue a llorar, allí estaban a las que había ayudado a bien parir ya con los hijos hechos hombres, algún veterano al que le había salvado las piernas, las señoritas convertidas en abuelas...Tacha, Tacha siempre te recordaremos. Yo también abuelita, porque en lugar de sentarte a llorar tu suerte, montaste en tu caballo y fuiste a buscar el pan para tus hijos.
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2 comentarios:

  1. Senora Helena Elema, soy Rodolfo Garcia Barye, hijo de su primo Rodolfo Garcia Carbajal, hijo de Martina, hermana de Dona Juliana. Me da tanto gusto saber de usted por medio de este blog. ¡Tantos años! Ya mis padres se me fueron, per mi hermano Martin y yo seguimos; yo en El Paso, Texas Martin en Miami, Florida. Ojala que pueda leer este mensaje.

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  2. Queridos sobrinos Rodolfo y Martín me da mucho gusto saber de ustedes yo soy su tía y me encuentran en Facebook como María Elena Solorzano. por este medio podemos estar en comunicación les mando un abrazo y un beso. Los conocí de pequeños y los tuve muchas veces en mis brazos, Rodolfo y Bruna nos hicimos excelentes amigos y siento mucho su desaparición. Me da mucho gusto haberlos encontrado aunque se a después de un año. Mi correo es solmalena@hotmail.com escríbanme.

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